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Eternidad en tu corazón

El Profeta Debe Morir




El Profeta Debe Morir: Un Llamado a la Transformación Espiritual

La vida cristiana no es un viaje de autopreservación, sino de rendición. El llamado de Dios a sus hijos no es a mantener nuestras vidas como están, sino a entregar nuestras ambiciones, nuestro orgullo y nuestro control para que Él pueda transformarnos desde las raíces. Es un llamado radical, uno que a menudo nos lleva al desierto, a lugares de prueba y despojamiento, donde nuestra fe se refina como el oro en el fuego. Allí, en el crisol del sacrificio, descubrimos que morir a nosotros mismos es, en realidad, el comienzo de una vida plena en Cristo.


El Mandato del Profeta: Privilegio y Sacrificio

Consideremos a Elías, un hombre llamado a alterar el curso de la historia. Su mandato fue claro, y la tarea ante él, monumental. Aunque llevar el mensaje de Dios era un privilegio, también era un peso. Ser elegido por Dios no nos exime del sacrificio; al contrario, nos invita a llevar nuestra cruz. El llamado divino transforma, pero también requiere que entreguemos nuestros privilegios terrenales para abrazar un propósito eterno.

¿Cuántos de nosotros evitamos el mandato de Dios porque tememos lo que podamos perder? Sin embargo, Elías nos recuerda que el verdadero privilegio no está en preservar nuestra comodidad, sino en caminar en obediencia, aun cuando esa senda nos lleve a enfrentar la oposición del mundo.


El Desierto: Escuela de Mansedumbre

Moisés, un hombre de sangre real convertido en pastor errante, aprendió en el exilio lo que no pudo entender en el palacio. Durante cuarenta años en el desierto, Dios trató con su orgullo, ese enemigo silencioso que a menudo nos impide escuchar la voz de nuestro Creador. En su juventud, Moisés actuó en la carne, creyendo que podía liberar a su pueblo con sus propias manos. Pero Dios lo llevó al desierto, donde, lejos de los aplausos y las luces de Egipto, su orgullo comenzó a morir.

¿Y qué fue lo que emergió? Un hombre transformado, humilde y dependiente. Números 12:3 lo describe como "el hombre más manso sobre la faz de la tierra." Pero incluso este hombre, lleno de gracia y mansedumbre, tropezó al final. En su ira golpeó la roca, desobedeciendo el mandato de Dios. Una vez más, aprendemos que el orgullo es una raíz profunda, y el proceso de santificación no se detiene hasta que la carne misma haya sido crucificada.


Morir para Vivir

El mensaje de Cristo es tan claro como contracultural: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). Nuestro ego, nuestras ambiciones, nuestros logros—todo debe ser puesto a los pies de Cristo. Porque no podemos abrazar la vida eterna mientras nos aferremos a lo terrenal. Colosenses 3:5 nos exhorta: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros.”


El acto de morir no es fácil. Es un acto de fe. Es dejar lo conocido por lo invisible. Es soltar las riendas para permitir que Dios dirija. Pero, en este proceso de muerte, algo glorioso sucede: la vida de Cristo comienza a florecer en nosotros. En lugar de nuestras frustraciones, su paz. En lugar de nuestra ira, su mansedumbre. En lugar de nuestro orgullo, su humildad.


La Fidelidad de Dios en la Muerte

Moisés no entró a la tierra prometida en vida, pero sí lo hizo en gloria. En la transfiguración, aparece junto a Jesús, libre de las limitaciones de la carne. Su historia nos recuerda que Dios es fiel, incluso cuando nosotros fallamos. La muerte a nosotros mismos no es el fin, sino el principio de una transformación eterna. Lo corruptible se vestirá de incorrupción, y lo mortal será tragado por la inmortalidad (1 Corintios 15:54).


La Invitación Final

Amado lector, la pregunta no es si estás dispuesto a morir a ti mismo, sino si estás dispuesto a vivir verdaderamente en Cristo. Optar por morir a la carne no es una pérdida; es una ganancia incalculable. Las pruebas del desierto están diseñadas para revelar nuestras flaquezas, pero también para fortalecer nuestro carácter y cimentar nuestra relación con Dios.

Hoy, escucha el susurro del Espíritu Santo: deja caer tus cargas, tu orgullo y tus planes. Entrégale tu vida a Cristo. Camina en obediencia, incluso si el camino te lleva al desierto. Porque en el despojo, en la muerte de lo terrenal, encontrarás la plenitud de la vida que Dios siempre tuvo preparada para ti. La victoria ya está asegurada. La muerte ha sido tragada en victoria, y en Cristo, somos más que vencedores.

"Porque ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí" (Gálatas 2:20).

 
 
 

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