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Eternidad en tu corazón

¿Se Pierde la Salvación o No? (Parte 3)

Un llamado a aferrarnos a la gracia que nos salvó


Imagina por un momento que estás aferrado a una cuerda suspendida sobre un abismo. La cuerda representa la gracia de Dios. Te sostiene. Te rescató. No hiciste nada para encontrarla; ella te encontró a ti. Pero la pregunta que arde en tantos corazones sinceros es:¿Podría alguna vez soltarse esa cuerda?¿Puede un alma salvada volver atrás? ¿Puede un hijo del Padre ser olvidado? ¿Puede el nombre escrito en el Libro de la Vida ser borrado?



La salvación es un regalo… pero no un juego

La Escritura no es ambigua al hablar de la grandeza de la salvación. Hebreos 2:3 la llama una “tan grande salvación”. No es liviana. No es barata. Fue anunciada por el mismo Cristo, confirmada por los testigos, y sellada con sangre en una cruz entre cielo y tierra.

Y, sin embargo, el mismo pasaje lanza una advertencia:

“Es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.” (Heb. 2:1)

El apóstol no habla a incrédulos. Habla a creyentes. A quienes ya han escuchado, ya han recibido. Su llamado es claro: permanezcan atentos, firmes, vigilantes.



La tensión doctrinal: entre la seguridad y la responsabilidad

Durante siglos, dos grandes corrientes de pensamiento han ofrecido interpretaciones diferentes, ambas nacidas de la reverencia por la Palabra:

El arminianismo afirma que es posible apostatar, que un verdadero creyente puede caer si descuida su fe, si se deja arrastrar por el pecado, si apaga la voz del Espíritu. El riesgo es real, la batalla es constante, y la salvación requiere perseverancia.


El calvinismo, por otro lado, sostiene que los verdaderos creyentes —los regenerados por Dios— perseverarán hasta el fin. No por su fuerza, sino por el poder del que los llamó. Según esta visión, las advertencias bíblicas son como señales en el camino, no para infundir temor, sino para fortalecer la marcha de los que son de Dios.


Ambas miradas se encuentran en un punto común:La salvación es preciosa. Y debe ser cuidada.


El eco de la advertencia

Hebreos 3:6 nos dice:

“Somos su casa, si retenemos firme hasta el fin la confianza…”

Esa pequeña palabra —“si”— ha estremecido almas por generaciones. Para algunos, es condición. Para otros, evidencia. Pero lo que nadie puede negar es que es seria.

Pedro, en su segunda carta, nos dice que hay quienes “habiéndose escapado de las contaminaciones del mundo”, vuelven atrás. Y lo que es peor: su condición final es peor que la primera (2 Pe. 2:20-22). ¿Quién puede leer esto sin estremecerse?

Y sin embargo, el mismo Pedro llama a los creyentes “amados” y les exhorta:

“Guardaos… no sea que caigáis de vuestra firmeza.” (2 Pe. 3:17)

La seguridad del que vence

Apocalipsis 3:5 dice:

“El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida…”

Qué consuelo. Qué promesa. Pero también, qué llamado. El que venciere.

¿Quién vence?Jesús mismo nos responde:

“Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.” (1 Jn. 5:4)

No es nuestra fuerza. No es nuestro desempeño. Es nuestra fe viva, sostenida, combatida y cultivada cada día. Y esa fe no está sola: está alimentada por la gracia, fortalecida por el Espíritu, y apuntalada por la comunidad de los santos.


¿Se pierde la salvación?

Tal vez la mejor respuesta no sea una teoría teológica, sino una pregunta para el alma:

¿Estás aferrado a Cristo hoy?


No te preguntes si alguna vez fuiste salvo. Pregúntate si estás caminando con Él ahora.No te inquietes por un pasado glorioso. Examina si su presencia sigue ardiendo en tu pecho.No te apoyes en palabras que dijiste hace años. Pregunta si hoy tu corazón arde por el Reino.

Porque la salvación no es una transacción. Es una relación viva con el Salvador.


No tengas miedo, pero no te duermas

Dios no quiere que vivas con miedo. Pero tampoco quiere que vivas con descuido.Él es poderoso para guardarte sin caída. Pero tú eres llamado a velar, a correr la carrera, a luchar la buena batalla.


Aférrate a la cuerda. No con terror, sino con amor. No con angustia, sino con devoción.

Porque al final del camino, encontrarás no solo una corona…sino los brazos abiertos del que nunca dejó de amarte.

 
 
 

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